Hoy no existe la conducción revolucionaria de los trabajadores y el pueblo de Chile llamada a construir las condiciones, la fuerza social y material, que colabore con la crisis del modelo y siente las bases políticas de una sociedad en clave socialista.
La organización revolucionaria pendiente
Actualmente están en curso algunos intentos de convergencia político sociales cuyos horizontes de sentido se sostienen sobre la independencia política e ideológica de la clase mayoritaria, y de inspiración socialista y revolucionaria. Colocando entre paréntesis el contexto de producción histórica de los movimientos políticos revolucionarios que tuvieron su mejor momento en el país y el Continente entre los
El problema de la unidad de los revolucionarios
La fórmula de la resistencia antisistémica fundada en la creación durante los 90 de colectivos políticos (que van desde formaciones estrictamente territorializadas, temáticas, grupos filiales, sensibilidades y culturas políticas procedentes de destacamentos de inspiración revolucionaria que brillaron con luz propia en los 60 y 80, pero que en la actualidad se sostienen apenas simbólicamente) parece ser superada por su ineficacia política, agotamiento, desprendimiento de militancia ante la ausencia de un proyecto político potente y ausencia de vocación de poder.
Es justamente ahora, que el concepto de la unidad de la expresión desarticulada de los distintos empeños políticos cobra un sentido nuevo, extraordinariamente prioritario para la construcción de una alternativa que, desde abajo y con todos quienes quieran apostar con consecuencia a la aventura necesaria de cambiar la vida, dé pasos ciertos a su cristalización.
Después de innumerables y trabajosos ejercicios de afán unitario (unos más exitosos que otros) y aprovechando con relativos resultados la “libertad de asociación” que permite la democracia de los de arriba, hoy existe un superior reconocimiento de las fuerzas y organizaciones político sociales, y de sus horizontes estratégicos.
Aquí los revolucionarios enfrentan una paradoja.
Cada día que pasa sin resolverse el problema de la unidad popular más resuelta contra el bloque burgués en el poder, es un día más de irresponsable postergación de la emancipación definitiva de los trabajadores y el pueblo.
¿Qué explica la imposibilidad de la unidad de los luchadores organizados en cientos de empeños descoyuntados?
Las nuevas generaciones de revolucionarios han heredado aprendizajes fructuosos y también vicios invalidantes, de las luchas político populares provenientes de mediados del siglo pasado.
La inexistencia de un proyecto político altamente analítico respecto de la actual hegemonía capitalista mundial, regional y local, de la cual se desprenden las tácticas y la estrategia ajustadas para la posibilidad de la revolución en Chile (fuerzas motrices, aliados, enemigos centrales y accesorios, estadio de los factores de producción, relaciones de clases, etc.); el caciquismo, la autoreferencia, la sobredimensión interesada de las “diferencias políticas”; el localismo estéril, la mezquindad; la confusión respecto del enemigo principal y los secundarios; la evaluación despectiva de los distintos esfuerzos políticos; la mitología política en su versión sectaria y melancólica; la megalomanía y otros tantos males que recorren el campo popular revolucionario parecen dar cuenta, al menos parcialmente, de las condiciones subjetivas que dinamitan las posibilidades de la unidad.
Pero, sin duda, una de las causas sustantivas de esta verdadera “diáspora revolucionaria”, se sintetiza en la desconfianza (máscara de la desinteligencia, escasez de política, y victoria de los poderosos).
Más allá de los aciertos del enemigo y sus aparatos de desarticulación del mundo popular, son los propios revolucionarios quienes, en gran medida, han dibujado su actual situación.
¿Pero qué hacer frente a un estado de cosas que mantiene a la necesaria constelación de iniciativas revolucionarias atrapadas en la marginalidad política, el enfrascamiento y la falta de un proyecto de clase amplio, claro, unitario, popular, y socialista; premisas nucleares para la formulación de una alternativa política con posibilidades de éxito?
Es preciso –y un deber insoslayable- aventurar metodologías y prácticas que destruyan al “enemigo interno” del archipiélago revolucionario. Sin descuidar en ningún momento el trabajo político social de cada uno de los empeños orgánicos existentes, urge establecer vínculos donde prime la generosidad política y el acento de los eventuales acuerdos por sobre las distancias (la mayor de las veces, imaginarias). No restarle valor y cualidades a ninguna iniciativa política social, por acotada que sea. Establecer relaciones de horizontalidad en todos los encuentros, con perspectivas -y de acuerdo a los ritmos y modos concretos de las organizaciones populares- de eventuales conducciones compartidas. Sinceramiento de las capacidades reales del conjunto, hermanándolas en la elaboración de un mapa de fuerzas correcto, complementario, coherente y potencial. Que cada episodio de lucha, de conmemoración o celebración de la agenda del pueblo, ponga en el centro apuestas concretas de vinculación, y se organicen como iniciativas complementarias y no competitivas. Junto al justo homenaje a los héroes y luchadores populares de antaño, hay que superar la nostalgia (más propia de la “depresión política” que de los objetivos ligados a la convicción de poder) y apurar colectivamente acciones conjuntas, limitadas en el tiempo por el momento, pero que releven el imperio de la unidad popular y limiten las desconfianzas e incertidumbres.
Hoy, los mejores hijos del pueblo, los mandatados a formular el nuevo movimiento popular organizado para la toma del poder y el desalojo definitivo del puñado de privilegiados anclado por la fuerza y que impone un orden infame contra las mayorías nacionales, tiene la tarea titánica e inaplazable de reunirse, paso a paso, pero con tranco profundo y de largo plazo.
El signo del capital
La refundación capitalista impuesta por la dictadura pinochetista y digitada por el imperialismo norteamericano asociada a las clases dominantes –sintetizada con acierto profundo por un campesino de Lonquén como “la venganza de los patrones”- luego de la experiencia allendista, ha modificado de manera relevante, en relación al período pre dictatorial, el patrón de acumulación del capital y la manera radical de expropiar el plusvalor generado por la fuerza de trabajo chilena.
Muy lejos del Estado desarrollista, hoy la precarización del empleo, la flexibilidad laboral, la situación ultra debilitada del trabajo en relación al capital (sólo un 7 % de los asalariados chilenos cuenta con los instrumentos legales para, colectivamente, actualizar su poder adquisitivo, mientras el 93 % permanece expuesto a la explotación e indefensión sin ninguna capacidad negociadora frente al empresariado), son las condiciones necesarias que emplea la patronal para reproducir e incrementar sus privilegios, en uno de los países más desiguales del mundo.
Por arriba, a través de un pacto interburgués, las piezas del sistema binominal de partidos políticos se colaboran explícitamente, tuteladas por un gremio patronal con una estrategia inflexible y transnacionalizada, y una táctica de presión que le brinda inmejorables resultados (tratados de libre comercio por doquier, explotación desenfrenada y blindada jurídicamente de los recursos naturales no renovables, ganancias históricas de la industria financiera, papel decorativo del Ministerio del Trabajo ante la dirección de hierro neocapitalista de la cartera de Hacienda, consolidación ideológica consensuada con
La burguesía, en general, galopa graciosamente con la legitimidad política que le ofrece
Los de abajo se convocan
Abajo, los trabajadores y el pueblo, mientras acumulan indignación y rabia social inorgánica e inexpresiva aún, son presa de la expoliación laboral, la cooptación ideológica –ética y estética- según la epistemología patronal, el sobreendeudamiento paralizante, la lumpenización de algunas de sus láminas juveniles (efecto de la miseria y la ignorancia), la enajenación y la impotencia política.
En medio de un concierto regional mucho más promisorio que hace una década, propiciado por los gobiernos pro populares de Venezuela, Bolivia, Cuba, Ecuador y Nicaragua, el pueblo de Chile se mantiene impermeabilizado a estas experiencias ante la pericia mediática de los de arriba y las falencias de los núcleos políticos fragmentados y a la vez, paradójicamente, convocados a reconstruir el proyecto y la fuerza social revolucionaria liberadora.
El aniquilamiento físico y político de los destacamentos de inspiración revolucionaria durante la década de los
Los acuerdos de la incipiente reunión revolucionaria
Paulatinamente comienzan a establecerse coincidencias significativas en algunos activos políticos de inspiración revolucionaria, que a través de pequeñas convergencias, comienzan el pedregoso proceso de su constelación, la transparentación de sus fuerzas y el debate de sus certezas, deseos, políticas y carencias.
Ya se apura el acuerdo de que la futura conducción política de los trabajadores y el pueblo y su formulación orgánica y material, debe surgir al calor de las incipientes luchas actuales y desde el seno del pueblo profundo. Que el próximo instrumento político de la clase debe ser la síntesis, actualización y superación de las iniciativas revolucionarias históricas de Chile, y no su repetición: la nostalgia no se reorganiza, independientemente que los aprendizajes de los intentos radicalmente anticapitalistas precedentes tengan que estar siempre a la vista, como bagaje, memoria, origen y continuidad en superación. Que el papel protagónico de los actores populares son el material sensible desde donde, democráticamente debe originarse la plataforma de lucha para el período y el futuro programa del pueblo. Que los trabajadores son la clave motriz cualitativa de la fuerza social que oriente el empeño político revolucionario y sea capaz, a la vez, de concertar al conjunto de rebeldías anticapitalistas hoy dispersas (la demanda de los pueblos originarios, ecologismo consecuente, feminismo de clase, juventud en lucha, pobladores organizados en torno a demandas autónomamente convenidas, intelectuales críticos, etc.). Que la voluntad y convicción de poder son resortes fundacionales de cualquier conducción que apueste a la transformación revolucionaria de las relaciones sociales dominantes. Que urge rescatar de manera crítica, creativa y dialéctica el profuso acervo teórico y la experiencia del pueblo rebelde cuya fuente tiene nota marxista, mundial y especialmente latinoamericana. Y que junto a la armadura política de los trabajadores y las demás franjas populares, debe caminar la reestructuración del intelectual orgánico y colectivo de la clase.
La fuerza política y orgánica mínima necesaria o el punto de inflexión
Son altamente importantes los acuerdos y los ejercicios de convergencia de los diversos empeños revolucionarios chilenos. Hasta hace muy poco ni siquiera existían. Sin embargo, distan mucho de resultar suficientes y eficientes cuando se ubica el objetivo en la conducción política de la emancipación con perspectivas de éxito. Al respecto, aún queda un trecho no menor de concordancias y producción política y orgánica ligadas a la construcción del proyecto, el diseño estratégico –en todos sus ámbitos-, los problemas de la hegemonía de la clase, el programa adecuado y las fuerzas asociadas para constituirse mediante la lucha y la evaluación permanente, en auténtica alternativa para importantes segmentos de los trabajadores y el pueblo.
Considerando positivamente la voluntad política de varios por cortar distancias y acentuar acuerdos, es preciso aquilatar el estadio de las organizaciones y convergencias de inspiración socialistas y revolucionarias del pueblo en su dimensión justa.
Las reuniones coyunturales deben ser cada vez más sintéticas y hermanadas con los sentidos superiores de un pacto político de las agrupaciones de la clase, y tienen que arribar con celeridad a una suerte de fuerza política y orgánica mínima –o punto de inflexión y arranque- que permita enfrentar un conjunto de tareas urgentes que demanda el período.
Es decir, un punto de arranque que signifique la fuerza mínima necesaria para establecer un diseño orgánico que considere labores de dirección política; construcción de pueblo organizado en aquellos núcleos de la clase definidos como estratégicos; producción de medios de comunicación que visibilicen un debate orientador, de vanguardia y con estatura histórica, la formulación colectiva del proyecto, y los rostros de la política convenida. Se trata de constelar la fuerza mínima necesaria para la división del trabajo político, la presencia nacional, la intervención y conducción concreta en procesos de lucha de clases que conviertan a la organización genuina de los trabajadores y el pueblo en sujeto en disputa consecuente y coherente de la realidad nacional.
Ya no más pueblo como víctima o victimario, sino que pueblo protagonista, tensionado, rico en expresiones y empuñado en acciones. Pueblo organizado a través de instrumentos políticos reconocidos que, por sí solos, constituyan polos de atracción de más franjas de asalariados y desheredados.
La marginalidad política, desde una perspectiva revolucionaria, no se define tanto por la presencia mayor o menor en el parlamento burgués –independientemente de su empleo táctico o adjetivo en la construcción de la fuerza- sino en sus posibilidades de enfrentarse directamente al capital y sus poderes, a sus maniobras e instituciones, con tonelaje cualitativo y vocación conductora de mayorías.
De aquí que el punto de arranque rima con la unidad de los segmentos más avanzados de los trabajadores y el pueblo. Por eso hoy el centro hay que ubicarlo en el empeño unitario del archipiélago de organizaciones actualmente desatadas, que provoque con generosidad, recreación constante y producción política y práctica, el punto de inflexión, la crisis y superación de la marginalidad política.
Es cierto; el contexto de producción de la necesaria y nueva organización de inspiración revolucionaria chilena, socialista, antiimperialista y anticapitalista, no cuenta con la retaguardia de los llamados socialismos reales, ni con la victoria fresca, apasionada y tremendamente esperanzadora y dinamizadora del Che, ni la épica y estética de las luchas liberadoras de tantos pueblos de hace tres o cuatro décadas. Sin embargo, las relaciones de poder, propiedad y subordinación entre la mayoría popular y los dueños de todo no han variado para mejor. Por el contrario; las maneras del socialismo son actualmente la auténtica salida a la perpetuación de las guerras del capital, las desigualdades insultantes e inhumanas, la desintegración ecológica potencial del planeta, y comportan las únicas posibilidades de ser felices.
Andrés Figueroa Cornejo
Núcleo Político Oveja Negra
Diciembre de 2007
Santiago de Chile